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El poeta que hoy visita esta Biblioteca Pública , Jesús Jiménez Reinaldo, es un amigo de nuestro Taller de Poesía desde que el 30 de Enero de 2008 presentase en Guadalajara el nº 23 de la revista “Luces y Sombras” que dirige y en cuyo número colaboraron dos componentes del Taller. A partir de ahí hemos gozado de su palabra, de sus versos y de su compañía en otras dos ocasiones y seguido con interés las noticias de su quehacer literario, jalonado con no pocos premios y reconocimientos que sería largo enumerar. Nació en Tudela (Navarra) en 1.962 y es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza y desde hace 8 años trabaja como profesor de Lengua y Literatura en el Instituto Europa de Rivas Vaciamadrid. Hoy está con nosotros para presentarnos su segundo libro de poemas publicado “Los útiles del alquimista”, ocho años después del primero: “La mística del fracaso” editado por Devenir.
“Los útiles del alquimista” está formalmente estructurado en cinco partes o libros, con un poema inicial que introduce el conjunto “Autorretrato” y otro poema que lo cierra “La ceremonia”. Ya desde ese primer “autorretrato”, en el que se define como “voluntad de viento y fuego” que no quiere llegar a convertirse “en el amor no consumado, el cuadro no pintado, el cielo no alcanzado” nos muestra Jesús su inquietud y amor por la palabra, por la belleza que tiene un fin en sí misma, y es búsqueda de un sentido profundo y siempre recreado, desde una vivencia interior, poesía como forma de conocimiento y autotransformación, para descubrirse a sí mismo y captar todas las cosas de nuestro mundo, tal como nos enseñó Juan Ramón Jiménez.
El primero de los libros y el que da título al conjunto de la obra se llama “Los útiles del alquimista”, y en él vemos ya toda la rica simbología sobre la que se cimenta la poesía de Jesús. En él los cuatro elementos de la naturaleza, que fundan y componen todo el cosmos: aire, agua, fuego y tierra, están conscientemente representados y vividos, son los útiles de este poeta que hace su alquimia con las palabras, alquimia que como sabemos está estrechamente relacionada con el hermetismo, al que Jesús no renuncia, siempre y cuando éste nos lleve, con el agua de su Ebro natal, a una luz reciennombrada. “Vienes de muy lejos para verme, para pasar silencioso y cauto por mis ojos”. El tema del amor está presente desde el principio en sus versos y nos acompañará en toda la lectura, con su necesidad y su sencillez y su complejidad también, “el amor es complejo para los enamorados y los niños: si no te alcanza, te quema su ausencia; si te devora, te reduce a cenizas” nos asegura. Ese amor que Jesús canta “con un fuego de costumbre y un licor de amores esenciado”, sin ocultar que no pocas veces “hay un lejano sabor a derrota luminosa, salvaje, en tus ojos y en los míos” antes de comprender que tras esa lucha vital que busca eternizarse en cada ser humano –nos confiesa- “no valgo más que el afán de ser nube”.
La segunda parte lleva por nombre “Es de altanería”, un conjunto de veintitrés poemas curiosamente ordenados por orden alfabético de títulos, donde el amor vence a la muerte, tal como ya anunciara el Cantar de los Cantares. Pero este amor debe esforzarse en mantener viva la savia en su tronco y el verde de sus hojas, porque si no “todo se pasa, también el amor sin fruto y sus flores pasionales” nos advierte el autor en su bello poema “Carmen”. El deseo, que también es esencia de nuestro sujeto poético es representado, apoyándose una vez más en claras referencias bíblicas, por la serpiente “La que habita en mis sueños es tenaz, discontinua, terrible en su tamaño y antojadiza como dragón antiguo” nos dice. El amor pues pasa por muchas vicisitudes, cambios y malentendidos y sin embargo acierta al quedarse con lo bueno, con las cosas sencillas que lo perpetúan: la risa alegre, el licor de los dioses, un rumor de jilgueros, y al dejar a un lado, olvidados, sus demonios “Pero calla, amor mío, que no despierten los dragones que guardan los sinsabores. Bésame y calla.”
“Juegos de amor en el espejo” se llama la tercera estancia, dividida en dos secciones “En el espejo” y “Juegos de amor”. En el espejo el hombre ve y constata las miserias de su vida cotidiana, “no temas mostrarte sin prendas delicadas…ya no sirve el pedestal en las ruinas” y nos avisa “de que somos mortales y mentir no conviene a una vida tan corta.” Mientras que en los Juegos de amor agradece y disfruta el estar con la persona amada, con una exaltación de los sentidos que nuestro autor perfila recreándose en cada uno de sus versos.
En “Veinte días de julio” – cuarto libro- nos habla del dolor, de la vida que se apaga, de la muerte que le toca cercana, familiar. “Es breve el devenir del cielo al suelo” señala en el primero de sus emotivos poemas. Estos versos escritos en las fraguas del dolor le desvelan sus propios miedos y su impotencia ante lo desconocido e inevitable, pues ante esos asuntos graves – la muerte, la soledad, el miedo- “no tengo valor suficiente para encarar lo oscuro” confiesa en uno de los mejores poemas del libro titulado “Retorno a antesdeayer”. Y aunque es conocedor de que “somos seres de paso, un leve aliento entre la luz y la sombra” Jesús no se abandona, sin embargo, al pesimismo y nos da razón de la esperanza, “que el mundo es bello, y pleno, como siempre”.
Por último en “Solitario cardumen del deseo” Jiménez Reinaldo se torna hombre de la calle y reinventa el mundo en el presente con una poética vital abierta al hombre contemporáneo. Vive ahora el amor en un mundo vertiginoso donde no admite pausa e incinera a su paso a quienes un día creyeron en sus labios. Un mundo deshumanizado de cielos metálicos donde nos dice que “nadie me miró a los ojos, ni se apiadó de mi necesidad de lluvia”, en un poema hermosísimo como es “Épica para diletantes”. Pero una vez más da capote al pesimismo y nos regala su “Invitación a la esperanza”, con este deseo propio de un creador consciente de la importancia de una mirada virgen: “Quién pudiera mirar de nuevo el río, solo otra vez, por vez primera.” Todo ello antes de la ceremonia con la que Jesús resume y cierra esta obra, que al fin y al cabo es su discurrir poético a lo largo de ocho años de intrahistoria personal y de amor a la palabra.
“Los útiles del alquimista” es pues un libro que hay que leer y releer despacio, dejándose llevar por la fuerza y la belleza de sus imágenes, adentrándose en lo profundo de su sentido, cruzando el cosmos sobre este verso libre con el que Jesús Jiménez Reinaldo arriesga en cada una de sus páginas, confiado en poder mostrarnos la flor oscura del terciopelo en la aurora.
Acompañan a esta cuidada edición, de la Fundación María del Villar de Tafalla, con pastas y tipo de letra en verde, un epílogo a cargo del hispanista americano Dr. Robert Simon de la Unviersidad Estatal Kennesaw de Georgia EEUU y las ilustraciones de Liliana Elsa Fichter, dibujante, pintora y grabadora argentina que hacen también de este libro una obra de arte. Y no quiero cansaros más ni impacientar al autor, al que dejo la palabra y para quien pido un fuerte aplauso.
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